En el archipiélago de la izquierda existen varios modelos. Desde la irrupción del socialismo como expresión ideológica, la democracia con justicia social y el totalitarismo, se mueven en sus entrañas. Ambas se abrogan el protagonismo de unas ideas que se pierden en la noche de los tiempos.
Lula pudo romper el cerco. Dejó de ser una ficha del romanticismo izquierdista latinoamericano, para encumbrarse hasta los espacios reservados para los grandes estadistas. El haber logrado que Río de Janeiro sea la sede de los juegos olímpicos del 2016, es una victoria no sólo de su sensatez como gobernante, sino que es una derrota estruendosa para Hugo Chávez y su peregrino estilo de entrometerse en todos lados y no lograr nada. La victoria brasilera en Copenhague, venciendo los obstáculos que presentaron las ciudades del primer mundo, indica que es posible representar las naciones en vías de desarrollo, sin utilizar un lenguaje pendenciero y vulgar. Allí, se marcan profundas diferencias entre Lula y Chávez. Ambos son hombres de pensamiento de avanzada, sin embargo, el mandatario brasileño es un estadista moderno con grandes visos de cambio en libertad. Mientras Hugo Chávez quiere aniquilar la democracia para imponer un régimen de terror.
El presidente brasileño tiene la habilidad de manejarse con pericia en ambos bandos. En cuestiones de horas puede reunirse con el club de izquierdistas frustrados, esa fauna de estrafalarios personajes, que encanecieron sus barbas esperando el asalto final contra las huestes del imperio norteamericano. Para volar hasta Suiza a discutir con los grandes jerarcas del capitalismo mundial. Sabe que las posiciones intransigentes no construyen futuro, que mantenerse viviendo con las canciones de Silvio Rodríguez y La Nueva Trova, sólo sirve para filosofar y beber buenos rones cubanos. El idilio de los sueños con la estupidez les queda bien a otros; él sabe que encarna el liderazgo de la principal economía de Latinoamérica. Con sus acciones logró éxitos impensados para el gigante amazónico. Ser la sede del Mundial de Fútbol y de los Juegos Olímpicos, reitera su poderío en el concierto de las naciones emergentes. Ahora se multiplicarán las inversiones, crecerá la producción nacional, y Brasil dará un paso gigantesco hacía el club de las superpotencias. Con sus inmensos recursos naturales y la capacidad de quien ostenta el poder, la nación sudamericana será tan poderosa como su deporte.
Mientras la cúspide recibe al inteligente presidente carioca, sin importarle que tenga ideas de izquierda, Sólo que éstas no auspician terroristas, ni persiguen a los medios de comunicación. Y mucho menos acorrala a la propiedad privada robándose su patrimonio. Nosotros tenemos un presidente cantinflesco que lo único que puede mostrar es el crecimiento de la corrupción y la burocracia. Número uno en criminalidad en el continente con cifras escalofriantes en materia de salud, educación y pobreza extrema; paradójicamente en una nación con recursos económicos gigantescos dirigidos por cerebros entenebrecidos por los fantasmas del socialismo del hombre de Java.
Ciento noventa millones de brasileños saltaban gozosos de alegría. El último episodio los puso en sitios muy distintos. Lula escala el universo con su talento de hombre democrático, mientras el sórdido personaje de Miraflores sigue mirándose el ombligo, analizando los discursos de los rufianes africanos que invitó a Margarita.
No consigue el éxito el inefable Hugo Chávez. Seguramente la frustración personal por el crecimiento universal de Lula y su declive como factor determinante, le seguirán robando horas de sueño. No soporta que los medios de comunicación coloquen a Lula como el verdadero eje del continente.
Uno en la cúspide y el otro frito. Dos maneras de expresar el pensamiento revolucionario. Menos mal, que está ganando la inclinada hacía la democracia. La otra es la muerte de la libertad.
Fuente : El Universal
Lula pudo romper el cerco. Dejó de ser una ficha del romanticismo izquierdista latinoamericano, para encumbrarse hasta los espacios reservados para los grandes estadistas. El haber logrado que Río de Janeiro sea la sede de los juegos olímpicos del 2016, es una victoria no sólo de su sensatez como gobernante, sino que es una derrota estruendosa para Hugo Chávez y su peregrino estilo de entrometerse en todos lados y no lograr nada. La victoria brasilera en Copenhague, venciendo los obstáculos que presentaron las ciudades del primer mundo, indica que es posible representar las naciones en vías de desarrollo, sin utilizar un lenguaje pendenciero y vulgar. Allí, se marcan profundas diferencias entre Lula y Chávez. Ambos son hombres de pensamiento de avanzada, sin embargo, el mandatario brasileño es un estadista moderno con grandes visos de cambio en libertad. Mientras Hugo Chávez quiere aniquilar la democracia para imponer un régimen de terror.
El presidente brasileño tiene la habilidad de manejarse con pericia en ambos bandos. En cuestiones de horas puede reunirse con el club de izquierdistas frustrados, esa fauna de estrafalarios personajes, que encanecieron sus barbas esperando el asalto final contra las huestes del imperio norteamericano. Para volar hasta Suiza a discutir con los grandes jerarcas del capitalismo mundial. Sabe que las posiciones intransigentes no construyen futuro, que mantenerse viviendo con las canciones de Silvio Rodríguez y La Nueva Trova, sólo sirve para filosofar y beber buenos rones cubanos. El idilio de los sueños con la estupidez les queda bien a otros; él sabe que encarna el liderazgo de la principal economía de Latinoamérica. Con sus acciones logró éxitos impensados para el gigante amazónico. Ser la sede del Mundial de Fútbol y de los Juegos Olímpicos, reitera su poderío en el concierto de las naciones emergentes. Ahora se multiplicarán las inversiones, crecerá la producción nacional, y Brasil dará un paso gigantesco hacía el club de las superpotencias. Con sus inmensos recursos naturales y la capacidad de quien ostenta el poder, la nación sudamericana será tan poderosa como su deporte.
Mientras la cúspide recibe al inteligente presidente carioca, sin importarle que tenga ideas de izquierda, Sólo que éstas no auspician terroristas, ni persiguen a los medios de comunicación. Y mucho menos acorrala a la propiedad privada robándose su patrimonio. Nosotros tenemos un presidente cantinflesco que lo único que puede mostrar es el crecimiento de la corrupción y la burocracia. Número uno en criminalidad en el continente con cifras escalofriantes en materia de salud, educación y pobreza extrema; paradójicamente en una nación con recursos económicos gigantescos dirigidos por cerebros entenebrecidos por los fantasmas del socialismo del hombre de Java.
Ciento noventa millones de brasileños saltaban gozosos de alegría. El último episodio los puso en sitios muy distintos. Lula escala el universo con su talento de hombre democrático, mientras el sórdido personaje de Miraflores sigue mirándose el ombligo, analizando los discursos de los rufianes africanos que invitó a Margarita.
No consigue el éxito el inefable Hugo Chávez. Seguramente la frustración personal por el crecimiento universal de Lula y su declive como factor determinante, le seguirán robando horas de sueño. No soporta que los medios de comunicación coloquen a Lula como el verdadero eje del continente.
Uno en la cúspide y el otro frito. Dos maneras de expresar el pensamiento revolucionario. Menos mal, que está ganando la inclinada hacía la democracia. La otra es la muerte de la libertad.
Fuente : El Universal
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