Por Eduardo Mackenzie
23 de Noviembre del 2009
¿La historia se repite? El presidente Hugo Chávez debería revisar sus lecturas sobre lo que le ocurrió a la dictadura militar argentina cuando se embarcó en la aventura de las Malvinas. Empeñado en atacar a Colombia para refabricarse un respaldo popular, escapar a la crisis de su régimen y satisfacer a La Habana, Hugo Chávez podría lanzarse a un cataclismo peor que el ordenado por el general Leopoldo Galtieri en 1982 contra la posesión británica en el Atlántico sur.
Las dos situaciones no son idénticas, pero los paralelismos son inquietantes. El asalto contra las islas Falklands había sido una mala idea propuesta por algunos izquierdistas encarcelados. Convertidos a medias a las tesis de la junta militar y deseosos de montar un escenario que los sacara vivos de los “chupaderos”, los montoneros vendieron la idea de tomarse las Malvinas para crear la dinámica de unidad nacional que tanto necesitaba la dictadura agonizante.
El 2 de abril de 1982, miles de soldados argentinos fueron lanzados por sorpresa contra Port Stanley. Galtieri había creído que los Estados Unidos serían neutrales, que Londres se defendería mal y aceptaría negociar el estatuto de la isla durante meses, si no años, después de los primeros choques sangrientos. Ocupado por los británicos desde hacía más de 150 años, las islas Falklands eran objeto de reivindicaciones constantes por parte de Argentina.
Mal cálculo habían hecho en Buenos Aires. Tres días después del asalto argentino, miles de soldados británicos partieron hacia el archipiélago, mientras el gobierno de Margaret Thatcher organizaba el resto de la riposta: ella obtuvo el respaldo de Ronald Reagan, quien le garantizó suministros de guerra y apoyo tecnológico y el del consejo de seguridad de la ONU (Resolución 502). Londres recibió también el apoyo de la Comunidad Económica Europea y de los países de la Commonwealth, quienes votaron el embargo de mercancías contra Argentina.
La reconquista de las islas duró 74 días. Tras combates encarnizados, los argentinos tuvieron que firmar su rendición en la noche del 14 de junio de 1982. Margaret Thatcher rehusó discutir el más pequeño punto sobre la soberanía británica del archipiélago. La fulgurante victoria aumentó las simpatías del elector británico por la Dama de Hierro y el partido conservador ganó, una vez más, las legislativas de junio de 1983.
Para Galtieri, sus generales y su gobierno, la humillante derrota militar fue seguida de un hundimiento político. Galtieri fue desbancado por sus propios amigos. Cinco meses después, el gobierno anunció elecciones generales para octubre de 1983, las cuales fueron ganadas por la Unión Cívica Radical de Raúl Alfonsín. Ese fue el comienzo del fin de una serie de dictaduras militares en el continente.
Los argentinos creían que su flota naval y sobre todo, sus aviones de combate Super-Etendards, dotados de misiles Exocet, comprados a Francia recientemente podrían, si no derrotar, golpear y paralizar el primer empuje defensivo británico. El error fue enorme. Más aguerrida, más disciplinada y mejor dotada que la argentina, la flota británica hunde el 2 de mayo, en el Atlántico, el crucero General Belgrano, donde mueren 321 argentinos, y domina un mes después a los invasores por tierra y aire. Buenos Aires sólo había recibido un respaldo tibio de la OEA (esta no quiso siquiera votar sanciones contra los británicos). Sólo Venezuela, Panamá y Bolivia, por sus viejos resquemores contra los británicos, aportaron un apoyo “incondicional” a Buenos Aires. Colombia se rehusó apoyar la aventura de Galtieri.
No es descartable que Chávez esté preparando un ataque militar contra Colombia. El estado mental de él y de su equipo es deplorable. No es sino oír lo que dicen y cómo lo dicen. Y ver lo que hacen: ya comenzaron a matar, en territorio venezolano, civiles colombianos inocentes y a destruir puentes construidos por campesinos de los dos países. La propaganda intoxicadora de La Habana, de las FARC y de los 45 partidos extremistas europeos y latinoamericanos que lo apoyan, y que quieren construir con su dinero una V Internacional comunista, ha encerrado a los dirigentes venezolanos en una serie de obsesiones enfermizas como el “ataque imperialista que se acerca”. ¿La historia se repetirá?
La confianza de Chávez en el éxito de su ataque a Colombia reposa sobre un supuesto frágil: que Barack Obama, y la mayoría demócrata, lo dejarán obrar impunemente, a pesar de los tratados que existen entre Bogotá y Washington. Los ideólogos de La Habana han concebido esa hipótesis. Están convencidos de que el nuevo presidente norteamericano, obnubilado por un virulento progresismo y un sentimiento de rechazo hacia los gobiernos que fueron apoyados por George W. Bush, seguirá cediendo posiciones en el campo internacional y hasta traicionará los intereses del Hemisferio y de Colombia. Para ellos, Obama no es norteamericano de nacimiento y no es norteamericano por sus valores. Obama es visto por ellos como otra cosa, como la prueba viva de que el aislacionismo y neutralismo histórico norteamericano está de regreso. Y que la política timorata de un Jimmy Carter fue poca cosa ente lo que se verá en los próximos años en Latinoamérica, Medio Oriente, Asia y otros continentes.
Creyendo que el “imperio” está al borde del colapso, que la elección de Obama es un accidente que el anti capitalismo debe aprovechar, las fracciones extremistas neo-marxistas e islamistas se embalan. La política prudente de Colombia frente a las provocaciones de Chávez es acertada pero debe completarse con un activismo diplomático aún más recio y coherente en Washington, así como ante los gobiernos y los pueblos de Europa y Asia, y con una movilización efectiva, en las calles incluso, de las mayorías nacionales contra la conspiración chavista y sus cómplices internos.
23 de Noviembre del 2009
¿La historia se repite? El presidente Hugo Chávez debería revisar sus lecturas sobre lo que le ocurrió a la dictadura militar argentina cuando se embarcó en la aventura de las Malvinas. Empeñado en atacar a Colombia para refabricarse un respaldo popular, escapar a la crisis de su régimen y satisfacer a La Habana, Hugo Chávez podría lanzarse a un cataclismo peor que el ordenado por el general Leopoldo Galtieri en 1982 contra la posesión británica en el Atlántico sur.
Las dos situaciones no son idénticas, pero los paralelismos son inquietantes. El asalto contra las islas Falklands había sido una mala idea propuesta por algunos izquierdistas encarcelados. Convertidos a medias a las tesis de la junta militar y deseosos de montar un escenario que los sacara vivos de los “chupaderos”, los montoneros vendieron la idea de tomarse las Malvinas para crear la dinámica de unidad nacional que tanto necesitaba la dictadura agonizante.
El 2 de abril de 1982, miles de soldados argentinos fueron lanzados por sorpresa contra Port Stanley. Galtieri había creído que los Estados Unidos serían neutrales, que Londres se defendería mal y aceptaría negociar el estatuto de la isla durante meses, si no años, después de los primeros choques sangrientos. Ocupado por los británicos desde hacía más de 150 años, las islas Falklands eran objeto de reivindicaciones constantes por parte de Argentina.
Mal cálculo habían hecho en Buenos Aires. Tres días después del asalto argentino, miles de soldados británicos partieron hacia el archipiélago, mientras el gobierno de Margaret Thatcher organizaba el resto de la riposta: ella obtuvo el respaldo de Ronald Reagan, quien le garantizó suministros de guerra y apoyo tecnológico y el del consejo de seguridad de la ONU (Resolución 502). Londres recibió también el apoyo de la Comunidad Económica Europea y de los países de la Commonwealth, quienes votaron el embargo de mercancías contra Argentina.
La reconquista de las islas duró 74 días. Tras combates encarnizados, los argentinos tuvieron que firmar su rendición en la noche del 14 de junio de 1982. Margaret Thatcher rehusó discutir el más pequeño punto sobre la soberanía británica del archipiélago. La fulgurante victoria aumentó las simpatías del elector británico por la Dama de Hierro y el partido conservador ganó, una vez más, las legislativas de junio de 1983.
Para Galtieri, sus generales y su gobierno, la humillante derrota militar fue seguida de un hundimiento político. Galtieri fue desbancado por sus propios amigos. Cinco meses después, el gobierno anunció elecciones generales para octubre de 1983, las cuales fueron ganadas por la Unión Cívica Radical de Raúl Alfonsín. Ese fue el comienzo del fin de una serie de dictaduras militares en el continente.
Los argentinos creían que su flota naval y sobre todo, sus aviones de combate Super-Etendards, dotados de misiles Exocet, comprados a Francia recientemente podrían, si no derrotar, golpear y paralizar el primer empuje defensivo británico. El error fue enorme. Más aguerrida, más disciplinada y mejor dotada que la argentina, la flota británica hunde el 2 de mayo, en el Atlántico, el crucero General Belgrano, donde mueren 321 argentinos, y domina un mes después a los invasores por tierra y aire. Buenos Aires sólo había recibido un respaldo tibio de la OEA (esta no quiso siquiera votar sanciones contra los británicos). Sólo Venezuela, Panamá y Bolivia, por sus viejos resquemores contra los británicos, aportaron un apoyo “incondicional” a Buenos Aires. Colombia se rehusó apoyar la aventura de Galtieri.
No es descartable que Chávez esté preparando un ataque militar contra Colombia. El estado mental de él y de su equipo es deplorable. No es sino oír lo que dicen y cómo lo dicen. Y ver lo que hacen: ya comenzaron a matar, en territorio venezolano, civiles colombianos inocentes y a destruir puentes construidos por campesinos de los dos países. La propaganda intoxicadora de La Habana, de las FARC y de los 45 partidos extremistas europeos y latinoamericanos que lo apoyan, y que quieren construir con su dinero una V Internacional comunista, ha encerrado a los dirigentes venezolanos en una serie de obsesiones enfermizas como el “ataque imperialista que se acerca”. ¿La historia se repetirá?
La confianza de Chávez en el éxito de su ataque a Colombia reposa sobre un supuesto frágil: que Barack Obama, y la mayoría demócrata, lo dejarán obrar impunemente, a pesar de los tratados que existen entre Bogotá y Washington. Los ideólogos de La Habana han concebido esa hipótesis. Están convencidos de que el nuevo presidente norteamericano, obnubilado por un virulento progresismo y un sentimiento de rechazo hacia los gobiernos que fueron apoyados por George W. Bush, seguirá cediendo posiciones en el campo internacional y hasta traicionará los intereses del Hemisferio y de Colombia. Para ellos, Obama no es norteamericano de nacimiento y no es norteamericano por sus valores. Obama es visto por ellos como otra cosa, como la prueba viva de que el aislacionismo y neutralismo histórico norteamericano está de regreso. Y que la política timorata de un Jimmy Carter fue poca cosa ente lo que se verá en los próximos años en Latinoamérica, Medio Oriente, Asia y otros continentes.
Creyendo que el “imperio” está al borde del colapso, que la elección de Obama es un accidente que el anti capitalismo debe aprovechar, las fracciones extremistas neo-marxistas e islamistas se embalan. La política prudente de Colombia frente a las provocaciones de Chávez es acertada pero debe completarse con un activismo diplomático aún más recio y coherente en Washington, así como ante los gobiernos y los pueblos de Europa y Asia, y con una movilización efectiva, en las calles incluso, de las mayorías nacionales contra la conspiración chavista y sus cómplices internos.
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